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SEMILLAS/ Plenitud

Por Ivette Estrada
Amamos la juventud como una condición efímera y frágil. La preservamos en la nostalgia y en el romántico y tonto pacto de que lo que fue es lo mejor que tuvimos, le rendimos pleitesías y canciones e, incluso, asumimos que es la edad de amar y edificar sueños.
¿Después? Ya todo es una referencia cancina y triste de lo vivido. En gran parte, estos son los paradigmas de plenitud que nos endilga la cinematografía estadunidense y la publicidad de miles de productos y bienes…era un mercado atractivo que generaba altos porcentajes en los retornos de inversión. Y casi inadvertidamente, la pirámide poblacional presentó una metamorfosis que se antojaba irreal al inicio del siglo pasado: la población del nuevo mundo envejece. Día a día son más las personas que rebasan los sesenta años. Cada día somos más quienes abrazamos el último tramo de nuestra vida.
Paradójicamente, las marcas comerciales no lo notaron. Siguen en la generación de contenido para jóvenes eternos, para una edad que cada día más y más se diluye del mercado, las empresas y la vida misma.
Sin conciencia ni miramientos, se sigue la difusión de paradigmas de vida, belleza y aspiración centrado en las personas que tienen menos de veinte años. ¿Y los demás? Nos volvemos invisibles o tratamos a emular sus modas e intereses, a actuar sin la reflexión que los años nos dejan, a vivir en la sombra de la aceptación de los jóvenes.
A su vez, éstos asumen que son amos del mundo y pretenden enseñarnos a vivir.
En la enrevesada cultura occidental, la vejez es símbolo de obsolescencia y caducidad, como si la experiencia pudiera desdeñarse, como si los signos del tiempo en la piel no evidenciaran la plenitud de lo vivido y las canas deberán ocultarse. Se rinde tributo a la materia o estado físico y se antepone al reino de la imaginación, la conciencia y las ideas. Un aspiracional espíritu se borra en aras de liquidez para comprar símbolos falsos de poder.
¿Y el poder verdadero? ¿la capacidad de mirar en nosotros las deidades de todas las razas y tiempos? Está olvidado. Sólo cuenta el momento y un concepto muy pobre del deleite, restringido a la complacencia organoléptica.
Adiós a los momentos de reflexión, a los soliloquios que nos abren a nuevas realidades y otras posibilidades, a las oraciones que emergen desde lo profundo de la esencia, al acercamiento a los otros a través de nuestra autenticidad y no de modelos mal emulados, copias de personajes de moda,.. en una sociedad consumista donde todo es superficial y vano, la vejez es el temor primordial que intentamos ahuyentar con la ridícula copia de lenguajes y vestidos distintos a lo que somos.
¿Dónde está ahora la generación silenciosa y los baby boomers?, ¿por qué quienes integramos la generación X debemos rendir tributo cotidiano a los jóvenes que se asumen como herederos del futuro? Soy parte de esa generación de “viejos” que día a día descubrimos los dones de la relación con otros, que ya no buscamos un lugar en el mundo porque lo poseemos desde que nacimos aunque no nos hayamos percato de eso hasta hace muy poco tiempo.
Soy integrante de una generación que amamos nuestro credo por diverso y anti estandarizado que éste parezca y sea.
Soy de la generación de la plenitud, de esa en la que me enseñaron a respetar a los mayores por poseer una sabiduría que no se aprende en la educación formal, que sabe que era más importante escuchar que recitar conceptos dichos por otros, que ama el silencio como voz evocadora de respuestas.
A veces mis ojos fallan. Pero el corazón de las personas y cosas se mira con los ojos cerrados. A veces mis pies son lentos, pero yo, como la gente de mi generación, puedo emprender un vuelo majestuoso y bello cuando la mente lo decide. No niego dolencias recurrentes: a veces los huesos me duelen. Sin embargo, me siento feliz en esta vida y cada día develo la manera de cumplir la misión por la que vine a esta realidad tridimensional.
Nosotros los “viejos” amamos la vida, la plenitud de las horas, honramos con una vida decente y buena a nuestros ancestros. Y en cada uno de nosotros existen historias dignas de emularse, ejemplos para hacerlos nuestros, aportaciones que nos lega el tiempo.
Paradójicamente, muchos no quieren escucharnos. Entonces nos mimetizamos con la nada y deambulamos como fantasmas, en diálogos permanentes con nuestros muertos.
Somos seres plenos y ejemplificamos una belleza no extinta, porque va más allá de modas pasajera, y nos afincamos en la tierra, en esta realidad, con la convicción de que somos seres espirituales y eternos. Pero no se confundan: en este plano aún tenemos infinidad de cosas que aportar.
Ojalá las nuevas generaciones empezaran a ver y sentir desde la plenitud, porque nosotros, los seres de plenitud, tenemos mucho aún por compartir y vivir.

LINTERNA/ Caminos verdes

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